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Sobre máquinas de coser antiguas, cajas de galletas llenas de botones y círculos abiertos

Leyéndolas me he dado cuenta de que muchas de nuestras historias de costura comienza en el mismo lugar: la casa de la abuela. Por eso este 10 de mayo quisiera celebrarlo haciendo un pequeño homenaje a la mujer que sembró en mi el amor por la costura: Mi abuela.



Mi abuela se llamaba Arnulfa.

Cuando crecía me parecía que el tiempo no pasaba sobre ella, la recuerdo siempre igual con sus anteojos redondeados y su cabello entrecano. Tenía un aura cálida a pesar de no ser una mujer muy cariñosa.


Mi Abuela siempre quiso aprender a coser


Recuerdo sus historias sobre cómo su hermana (que en realidad era su prima, porque quedó huérfana desde pequeña) y ella iban a las fiestas en su juventud vestidas con zapatillas, sombreros y vestidos de la misma tela y estampado, hechos a mano. Recuerdo su mirada cuando me lo contaba.

Recuerdo cuando me contaba que se escabullia cuando sus hijos iban a la escuela, a la casa de una vecina, una costurera ya anciana, para que le enseñara un poco de corte y confección. Recuerdo cuando me contaba cómo su suegra le había puesto un cuatro cuando un día llegó a su casa con metros y metros de tela para que le hiciera ropa a sus hijos, y cómo se pasó la noche descosiendo la ropa para sacar los patrones, a la luz de un quique, para que su suegra no pudiera decir que no sabía coser.

Mi abuela apenas terminó la primaria y mi abuelo no le permitió estudiar nunca porque decía que iba a descuidar su casa. Pero ella siempre quiso aprender a coser.

Cuando se caso con mi abuelo y se fue a vivir con su familia política, lo único que se llevó a su nueva casa, la única herencia que recibió, fue una máquina de coser Singer que le regaló su abuela. Era un regalo cargado de significado. No sólo era su única herencia, era el deseo de su abuela de poder darle una oportunidad de ganarse la vida, en caso de que las cosas no funcionarán con mi abuelo.

Pero las cosas funcionaron.

Tuvieron 8 hijos, vivieron en 3 ciudades distintas y estuvieron juntos más de 50 años.


La vieja máquina de coser


Alrededor de ella se reunían mis tías, mis hermanas y yo, mientras alguien cosía alguna bastilla, a platicar y tomar café

Mi Abuela vivió hasta los 94 años. Tuvo 8 hijos.

Yo soy la menor de las hijas de su hija mayor.



En la casa de mi abuela, la que yo conocí, y en la que vivió por más de 20 años, siempre había flores, café de olla, frijoles y en su cuarto una máquina de coser antigua.

Alrededor de ella se reunían mis tías, mis hermanas y yo, mientras alguien cosía alguna bastilla, a platicar y tomar café.

Ella dirigía aquella orquesta desde su silla, porque la vista ya no le dejaba coser desde hacía años, dando consejos para usar la máquina y algún regaño cuando le rompías sin querer la aguja!

Aun tengo muy claro el recuerdo del día en el que me tocó mi turno de sentarme frente a esa máquina a coser.

Era una máquina antigua totalmente manual. Tenías que embobinar y rematar a mano. Tenía un pedal de metal que te dejaba adoloridos los pies cuando terminabas de coser. A un lado de la máquina estaba su lata de galletas sin fondo llena de botones. Y telas apiladas en sillas y rincones. Recuerdo verla abrir sus cajones mágicos llenos de hilos, agujas y alfileres.


Recuerdo cuando le conté que iba a tomar mis primeras clases de corte. Yo tenía entonces unos 20 años. Mientras me despedía caminó despacio hacia su maquina de coser y sacó de los cajones de madera debajo de ella una caretilla, una cinta de medir y un descosedor.

Y me los regaló.


Mi abuela no era del tipo de dar regalos. Sabias que ella te quería porque cuando ibas a visitarla te daba café con galletas o conchas de pan dulce. Así que esos regalos significaron mucho. Me los regalo y me enumeró los mil y un motivos por los cuales era tan útil que supiera coser.

Pero el mejor regalo vino algunas semanas después de empezar mi curso de corte, cuando sacó de su custodiado ropero un libro naranja. Era un libro viejo pero me advirtió que lo cuidara mucho. Sabía que significa mucho para ella. Era una copia de un libro de corte del sistema cyc con el que ella había aprendido, lo poco o mucho, que sabía de confección.

Pero mi intento por aprender el oficio duró muy poco y ella no me dijo nada cuando a las pocas semanas dejé el curso a medias y no regresé. Nunca me pidió el libro.


Algo muy curioso pasó con ese libro años después. El libro se vino conmigo cuando me casé y me fui a vivir al otro extremo del país. Yo no cosía entonces y no se porque lo traje conmigo. Pero cuando tomé de nuevo, otro curso de corte, esta vez sólo por un par de meses, ese mismo libro era el que utilizaban en clase y fue el método con el que eventualmente, aprendí a coser. De nuevo el esfuerzo duró poco y tras haber aprendido lo más básico del oficio, dejé, por segunda vez, inconcluso el curso de confección.

Después de eso guardé todos los patrones y las plantillas básicas que había hecho en una caja junto con el libro.


Y los dejé ahí por años.

Cada vez que hacía limpieza de closet y me los encontraba, los ponía en la pila de desechar. Pero algo en mi mente me detenía y los regresaba al fondo del closet donde pasaban otros meses olvidados hasta que se topaban conmigo en la próxima limpieza.

En este entonces no tenía la más mínima intención de retomar mis clases de corte. Para mi era asunto olvidado. Pero en todos esos años nunca me atreví a tiralos.

Y nunca supe porqué.


Los círculos abiertos

Yo soy creyente de cerrar los círculos. Creo que a veces nos tocan cerrar círculos que no comenzaron con nosotros. Que viene de partes anteriores a nuestra historia, de más arriba, de los que nos precedieron.

Cuando regrese a mis clases de corte, la tercera y última vez, la definitiva, fueron con esos mismos patrones y plantillas con los que empecé a hacer toda mi ropa. La mitad de las prendas que he compartido con ustedes en mi cuenta fueron hechas con esas plantillas que estuve a punto de tirar a la basura tantas veces por tantos años.


Lamentablemente mi abuela ya no estaba muy bien cuando yo retomé la costura en serio. Aunque sí alcancé a decirle que estaba estudiando y le mostré las primeras prendas que había hecho en años. Imagino lo que me hubiera dicho de haber podido ver todo lo que puedo coser ahora!

La última vez que pasé un día de las madres con mi abuela fue hace exactamente 10 años. Y la última vez que pude verla fue en Enero de 2019, un mes antes de su muerte.


Creo que sin proponermelo he cumplido uno de los sueños de mi vida de mi abue. Y por ello siento una conexión muy fuerte con ella. De todos su descendientes, que no son pocos, yo soy la única que ha estudiado y aprendido corte y confección. Y a pesar de ya no estar aquí para ver lo que hago, su amor y su legado están presentes en mí. Hoy creo que ella debió ver en esa Adriana de 18 años que revoloteaba alrededor con prendas vintage que arreglar, algo que le resultó familiar. Quizás la curiosidad cuando le preguntaba cómo hacer una falda circular o cómo hacer un fruncido a un vestido vintage. Quizás vio en mí el potencial de aprender, quizás vio algo de ella en mí...


Aun conservo todos sus regalos.

Los tengo junto a mi, donde puedo verlos, en el cajón de madera, debajo de mi maquina de coser. Junto a mi lata de galletas llena de botones. A lado de mis agujas y alfileres. En mi cuarto lleno de telas apiladas.



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Estoy aquí para acompañarte en todas tus aventuras creativas.

En mi blog encontrarás tips y consejos de costura y en mi Instagram todo mi armario de ropa hecha a mano.

 

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